Requena

UTIEL / REQUENA

TERRES DEL ALFORINS

La denominación Terres dels Alforins enmarca un territorio histórico que ha practicado una agricultura mediterránea de secano desde tiempos inmemoriales en un lugar aislado, en la parte occidental de las comarcas de La Costera y La Vall d’Albaida. El triángulo paisajístico entre Les Alcusses de Moixent, las zonas próximas de La Font de la Figuera y La Vall dels Alforins conforman una geomorfología particular. Este territorio sigue manteniendo un gran valor agropecuario y de riqueza medioambiental. La viticultura se ha practicado aquí desde los primeros asentamientos poblacionales establecidos en la Península Ibérica.

El actual nombre de Terres dels Alforins obedece a la iniciativa de la Societat de Viticultors i Productors de Terres dels Alforins, que ha querido recuperar este legado histórico para convertirlo en un paisaje cultural, donde la agricultura tradicional y ecológica, a partir de las variedades históricas de la viticultura, es el eje principal para rehabilitar costumbres y usanzas del pasado con la ayuda de la transferencia de conocimiento y tecnologías contemporáneas. La iniciativa cuenta, como no podía ser de otro modo, con el apoyo de las administraciones públicas, dado que se trata de la rehabilitación y puesta en marcha de un paisaje histórico, con unas peculiaridades propias en el marco de la riqueza cultural del Mediterráneo. Por lo tanto, Terres dels Alforins es un proyecto que pone en práctica una evidencia histórica, geográfica, económica y social, como un hecho cultural inherente al territorio de secano valenciano de interior.

La geomorfología de Terres dels Alforins se caracteriza por la belleza de los paisajes culturales resultantes de la combinación de viñas, olivos, almendros, frutales, cultivos de cereales y pinares intercalados, con sus históricas masías diseminadas sobre un medio rústico. Este entorno paisajístico de orografía suave conecta la plataforma de la meseta castellana con los valles de Els Alforins y Les Alcusses, que se extienden, respectivamente, sobre las vertientes meridional y septentrional del eje mediador de la Serra Grossa. El territorio recubre con sedimentos modernos una zona geológica antigua y configura un extenso territorio muy apto para las actividades agropecuarias. Su fisonomía se caracteriza por los rasgos paisajísticos del Mediterráneo agrario, resultado de la combinación del mosaico de tableos sobre un territorio agreste y poco transformado. Les Alcusses y la llanura de Els Alforins, donde comienza el Sistema Bético, son la primera unidad geomorfológica con entidad propia de una serie de corredores transversales hacia el sur, que vienen a confluir en la cuenca de Villena-Sax. La vertiente oriental del zócalo de esta zona fue recubierta por sedimentos cuaternarios, formando un bello glacis de una suave y extensa pendiente con suelos aptos para la agricultura de secano.

Por ello, la conectividad entre territorios valencianos y castellanos se establece de forma natural y atractiva. La Serra Grossa es el eje mayor con el Serrat de la Bastida como atalaya y referente principal. Al mediodía, la Serra de l’Ombria conecta físicamente Els Alforins con La Vall de Beneixama. El Capurutxo es el hito visual más prominente y domina desde poniente toda la zona. Otros conectores son la propia llanura de Els Alforins, que a través de la Rambla de Fontanars llega a Les Alcusses a través de Els Fossinos. Las infraestructuras lineales de comunicación recorren o bordean los principales ejes de conexión, mientras que unidades lineales de crestas, pinares, caminos o ribazos actúan de conectores inferiores, con la aportación de una fisonomía particular al mosaico paisajístico. Por lo tanto, la conectividad y permeabilidad entre sus diferentes zonas son las naturales y las tradicionales, compartidas y asumidas socialmente. Y, además, cabe hacer constar también que, con el paso del tiempo, se han mantenido en gran parte reconocibles y sin grandes transformaciones.

Terres dels Alforins goza de un clima mediterráneo, con un gradiente suave de continentalización, es decir, de transición entre el mediterráneo más húmedo de la costa y el continental de la llanura castellana del interior. Los veranos son calurosos y secos, mientras que los inviernos aportan el frío propio de la meseta castellana con alguna nevada esporádica y la humedad propia del Mediterráneo. La temperatura media anual está entorno a los 14°C y 16°C, según si nos situamos en las zonas de mayor altitud o en las más bajas, según los datos de l’Asociación Valenciana de Meteorología (AVAMET), con unas mínimas bastante bajas durante los meses de invierno y unas heladas significativas, mientras que el mercurio asciende hasta los 40°C durante el verano. El contraste térmico entre la noche y el día es marcado, entre 6 y 26°C de invierno a verano, dada la altitud de 650 m sobre el nivel del mar del altiplano de Els Alforins, que se abre por poniente a la llanura castellana. Los vientos predominantes tienen un componente principal del oeste y puntualmente de levante en la parte más NE y lebeche hacia el SO en el límite con Villena. La media de pluviometría anual oscila entre los 600 mm en Les Alcusses y los 520 mm de las tierras altas de Els Alforins, con una incidencia particular en primavera y en otoño. Hay que destacar la aparición especial de las nieblas matinales en las estaciones cálidas, lo que da una humificación favorable a la vegetación estresada en verano, y en concreto a las grandes extensiones de viñas.

Tal vez, los primeros paisajes de viñas valencianas nos llegaron de la mano de los fenicios y los iberos. Poblados como los de Benimàquia en Dénia, el Campello, la Monravana en Llíria, o La Bastida de Moixent, entre otros serían un buen ejemplo de ello. La zona de Els Alforins tiene una larga presencia de los cultivos clásicos mediterráneos en el decurso de las diferentes civilizaciones. La investigación arqueológica enumera varios asentamientos en la zona desde el Neolítico hasta la Edad del Bronce. Cabe destacar, no obstante, el yacimiento arqueológico de La Bastida de Les Alcusses como patrimonio o capital de la época ibérica, declarado monumento histórico artístico en 1931. De hecho, la primera constancia documental de la práctica de viticultura en esta zona la encontramos en el poblado ibero de La Bastida de Les Alcusses, hace dos mil cuatrocientos años. Los restos de uva, el instrumental empleado para la vendimia o una variada vajilla para el consumo del vino, son pruebas claras de que la cultura íbera de la zona ya se ocupaba de esta práctica agrícola.

Sin embargo, la vocación globalizadora del período romano será la responsable de muchas de las geografías vitícolas posteriores en las diferentes cuencas mediterráneas. La Península Ibérica y, en concreto, el territorio valenciano contribuyeron plenamente a la consolidación de esta tendencia con la implantación de cultivos de viñas y la comercialización de vinos a través de nuestro corredor litoral. Hay que constatar que el vino del antiguo Sagunt era exportado a la capital del Imperio Romano. No cabe duda, pues, de que debemos a esta gran cultura los fundamentos de la viticultura moderna.

La islamización del territorio valenciano entre los siglos vii y xiii no supuso la desaparición del cultivo de la viña ni de la producción ni del consumo de vino entre la población musulmana, según consta en varios documentos literarios o en algunos utensilios de uso ordinario para el consumo del vino. Por lo tanto, la configuración del entorno paisajístico de nuestras viñas apenas estuvo alterada durante el período de ocupación musulmana.

La conquista cristiana será realmente el desencadenante de la extensión de la viticultura más allá de las tierras de la costa, que hasta entonces solo habían ocupado el corredor litoral y los valles de fácil acceso a las tierras de interior. En la Edad Media será cuando muchas variedades autóctonas como la monastrell, la forcallada, la mandó, el ullet de perdiu, la bobal, la negrella o gironet (garnacha), la malvasia, la merseguera o la verdil se aclimatarán a las temperaturas más continentales de las llanuras del interior y a sus suelos más arcillosos. El paisaje enológico de Terres dels Alforins va tomando ya una forma muy semejante a la actual y va generando una actividad económica, una fisonomía paisajística y una cultura propia. El eje Cànyoles-Clariano-Vinalopó (Les Alcusses de Moixent, La Font de la Figuera, el altiplano de Els Alforins, Villena, Les Valls del Vinalopó, Novelda, Monòver, Salinas y El Pinós) se consolida plenamente siguiendo la eclosión de los vinos valencianos de la Edad Moderna y alimenta a nuestro siglo de oro de la enología entre 1850 y 1900.

En este período de impulso vitícola del vino valenciano, numerosos comerciantes italianos, ingleses, holandeses y franceses se instalaron en este territorio para controlar la incipiente actividad económica de la viticultura. Algunos de ellos, emparentados con la nobleza y la burguesía emergente, han continuado hasta nuestros días. La gran explotación vitícola de La Torre Tallada en La Font de la Figuera o algunas bodegas de Els Alforins como la antigua del marqués de Vellisca, la de los antecesores de la familia Velázquez en Cals Flares, la del Marqués de Montemira o las pertenecientes a los Dupuy de Lome, son de este período. Estas huellas de la burguesía emergente quedan reflejadas en una arquitectura rural dispersa, de palacios y casas de veraneo (Torrefiel, Torrevellisca, L’Altet de Garrido, Ca l’Àngel, Villa Isidra o Cal Roig) que perduran aún hoy en armonía con el paisaje y con la diversidad arquitectónica tradicional de las antiguas heredades vinculadas al medio y en un frágil equilibrio con el neourbanismo residencial. Heredades y masías que precisan de protección y catalogación para conseguir la rehabilitación y revalorización de un paisaje histórico.

La desaparición del paisaje de viña en la zona de la costa empieza a declinar a partir del período de penetración de la filoxera en las dos primeras décadas del s. xx. Las plantas que antes resultarán infectadas son aquellas que están más cerca del flujo de la exportación marítima, mientras que las zonas altas de interior sufrirán un impacto más tardío. La filoxera tuvo un tratamiento desigual en Els Alforins, ya que es una zona aislada de tierras altas con drenaje en las comarcas vecinas de L’Alt Vinalopó, La Costera y La Vall d’Albaida. El ataque de la filoxera no irradió de manera tan potente como en otros lugares. Las zonas altas de la llanura y la parte baja de la sierra, más influenciadas por los vientos de poniente y de tramontana y mayoritariamente de suelos arenosos, se libraron del desastre; mientras que las ramblas y las partes bajas, de suelos más arcillosos y sedimentarios, acabarían teniendo una incidencia tardía, si lo comparamos con la cronología general de la propagación de la enfermedad.

De esta manera, el mapa contemporáneo del paisaje enológico valenciano nos ha dejado unas zonas vitícolas de la costa aisladas en las tierras de Castellón, en las marinas alicantinas y en la zona de Turís, mientras que la mayoría de la producción vitícola valenciana queda distribuida en el interior entre la plana de Utiel-Requena y en el antiguo eje Canyoles-Clariano-Vinalopó, donde se encuentra aún mucha viticultura anterior a la filoxera. Este ha sido el coste del desarrollo del litoral hacia otros cultivos de huerta y de explotación más intensiva, pero también hay que añadir la ocupación industrial contemporánea y turística, que han consolidado un conjunto de urbanizaciones sobre el anillo de la costa que ha fagocitado cualquier tipo de actividad o explotación agrícola tradicional.

Por lo tanto, la iniciativa agropecuaria de Terres dels Alforins no es producto de la improvisación, sino el efecto de la conciencia de una larga tradición de viticultores arraigados a su entorno, transmitida generacionalmente. Poco después del impulso de la viticultura española de los años ochenta del siglo pasado, Daniel Belda, desde la bodega familiar de su padre (fundada en 1931), la explotación de viticultura ecológica de Cals Pins (Bodega Los Pinos, 1990) y Vicent Lluís Montés desde la incipiente experiencia societaria de Torrevellisca (1991), iniciarán un camino sin retorno, de rehabilitación de la viticultura histórica, marcado por el Informe Petrucci. El profesor Vincent Petrucci (Universidad de Fresno, California) fijó las bases para la puesta en funcionamiento de una viticultura moderna, a partir de un análisis edafológico y de la propuesta de incorporar nuevas variedades y la valorización de las autóctonas. Mientras tanto, en La Font de la Figuera, la Cooperativa la Viña (1945) estaba también en proceso de modernización, y la Bodega Arráez (1950) continuaba después del cambio generacional familiar. También en esta época, la Cooperativa de Moixent (1958), hoy conocida como Clos de la Vall, inicia la experiencia vitícola, después de años dedicados a la producción de aceite. Y más tarde, ya en el cambio de siglo, se incorporarán a la iniciativa el Celler del Roure (1997), Heretat de Taverners (1998), la Bodega los Frailes (1999), Bodegas Enguera (1999), Rafa Cambra (2001) y Clos Cor Vi (2014).

En definitiva, Terres dels Alforins es una marca que da nombre propio a un territorio enológico secular a partir de las referencias de una viticultura tradicional como forma de vida para las nuevas generaciones en el marco de la rehabilitación de los paisajes culturales del Mediterráneo.

UTIEL REQUENA

La comarca de Requena-Utiel está asentada sobre una pequeña meseta inclinada con una extensión de más de 1800 Km2, con una altitud media de 700 msnm (las altitudes de la zona, van desde 907 m de Camporrobles, a los 697 m de Siete Aguas; por otra parte, las máximas altitudes se dan en la sierra Negrete donde se encuentra el Pico del Remedio con 1.310 m, la Sierra del Tejo; 1.250 m y la de la Bicuerca, 1.180 m).

Las aguas de esta zona se reparten entre dos cuencas hidrográficas, la del río Magro al norte y la de la rambla de Caballero (afluente del río Cabriel) al sur. La línea divisoria entre ambas cuencas la marca la Loma de Torrubia o de la Ceja. En la zona regada por el río Magro predominan los suelos aluviales y en el otro lado de la Sierra de Torrubia predominan los suelos arcillosos.

El clima es continental con influencia mediterránea, la temperatura media anual es de 14oC, con una amplitud térmica anual de más de 17oC. El mes más cálido es julio, con 23,2oC y la media es de 6oC en el mes de diciembre. Los inviernos son fríos y largos. El verano es relativamente corto y a veces el viento de poniente aumenta la temperatura. El otoño es corto y las temperaturas sufren un acusado descenso. La estación primaveral suele retrasarse a menudo, acompañada de altibajos en las temperaturas, con frecuentes heladas en los meses de abril y mayo. El verano es relativamente corto: no suele sobrepasar los meses de julio y agosto con fuerte calor en las horas centrales del día. Las temperaturas máximas son más elevadas que en el litoral valenciano, aunque la escasa humedad ambiental hace que el calor sea más seco. Cuando el viento predominante es el poniente la temperatura puede alcanzar los 39° o 40° C.

Las precipitaciones son de 434 mm al año. La primavera y el otoño son las dos estaciones lluviosas.

Los pinos carrasco asociados en muchas zonas con la carrasca forman manchas de bosques en las umbrías de algunas de las sierras como en la del Tejo, mientras que en otros montes se intercalan con zonas de matorral, o zonas desforestadas y con campos donde se cultivan las viñas.

La tradición vitivinícola de las tierras Requena-Utiel se remonta a más de 2.500 años, tal y como indican los diferentes hallazgos arqueológicos de la comarca. La llegada de producciones fenicias a estas tierras (VII a. C) incorpora el vino al consumo de las élites indígenas que no tardaran en iniciarse en la producción y elaboración del mismo. En el yacimiento de Los Villares (Caudete de las Fuentes), identificado como la antigua ciudad ibérica de Kelin se ha hallado un conjunto de pepitas de uva, estructuras para elaborar vino y elementos de vajilla que las contenían. Este poblado, de unas 10 ha de extensión, ocupado desde inicios de la Edad del Hierro (Siglo VII a.C) hasta época iberorromana (Siglo I a. C.). Kelin se sitúa, cerca del nacimiento del río Madre, en una loma que se eleva 800 m.s.n.m., destacando sobre el llano circundante. Estructurando su territorio mediante una red de asentamientos interdependientes con funciones diversas y complementarias, tanto defensivas como productivas. Su economía se centraba en el cultivo del trigo, de la viña y de la higuera, entre otros productos, y también en la cría de ovejas, cabras, cerdos y bóvidos. Entre los íberos el vino ya era una bebida habitual, los utensilios de esta época recogen diferentes recipientes para beber y servir el vino. Las ánforas locales de Los Villares muestran unas marcas peculiares que hacen suponer la existencia de un vino de Kelin y de su territorio. Estas marcas, probablemente, identificaran el origen, contenido, propiedad, precio, etc. del vino.

De esta época también hay restos de la existencia de lagares o estructuras excavadas en la roca destinadas a la elaboración del vino, como es el caso de los lagares hallados en la Rambla de Alcantarilla (Requena) o la Solana de las Pilillas (Requena). Como sistema de fermentación se usan recipientes cerámicos (ánforas) que, en el siglo V a.C. se producían en alfares de la zona. En los yacimientos arqueológicos del entorno se documentan almacenes para depositar las ánforas.

En época romana la comarca se puebla de villas rústicas dedicadas a la producción agrícola. En una de ellas un ara o altar dedicado a Baco, dios del vino, nos indica la importancia que adquiere esta producción, avalado también por otros restos diseminados por la zona.

La islamización de estas tierras desde comienzos del siglo VIII no supuso la desaparición del cultivo del viñedo, ni tan siquiera el cese de la elaboración del vino. Los musulmanes valencianos no dejaron nunca de consumir vino, aunque es verdad que, debido a la ley coránica, se silenció en lo posible esta circunstancia y las noticias que nos han llegado de parte de escritores musulmanes de la época sólo hablan de la producción y consumo de uvas y pasas.

Con la nueva cristianización del territorio el vino volvió a cobrar mayor protagonismo y a estar presente en todas las facetas de la sociedad medieval. El vino formaba parte obligada en la ración de comida que cada día se daba en los monasterios y conventos, entraba en el salario que se pagaba a los obreros y jornaleros así como en la soldada que percibían quienes servían en los ejércitos. También estaba entre la comida que se repartía a los pobres y, por supuesto, en los banquetes que ofrecían los reyes y los nobles.

Las primeras referencias documentales escritas sobre la vid y el vino, se remontan a 1265 y aparecen en el Fuero de Requena concedido por Alfonso X El Sabio, donde se establece el nombramiento de «binaderos» o guardianes de las viñas durante los tres meses anteriores a la vendimia. En las ordenanzas municipales de Requena, de 1479, se reitera la labor de los «binaderos» y se prohíbe la introducción de vino foráneo, lo que indica que la producción local debía ser suficiente para el consumo interno. Del mismo modo se recogen normas en las Cuartas Ordenanzas de la Villa de Utiel, 1514, donde se penalizaban los daños por la entrada de ganado en las viñas y se prohibía la vendimia antes de la fecha indicada por los justicias. La variedad de uva autóctona Bobal ya era conocida como planta nueva en el siglo XV.

La proporción entre producción y consumo se mantuvo estable durante los siglos XVI y XVII, con un viñedo muy poco extenso, ordenado en una serie de pagos, dispersos entre grandes latifundios de cereal. En las villas las villas con cosechas abundantes, la taberna formaba parte de los bienes de Propios del Municipio, cuyo Concejo la arrendaba cada año a particulares mediante subasta pública. En el núcleo urbano de Requena, los primeros documentos escritos sobre viticultura tratan de las bodegas excavadas en la roca que se abrieron en el foso del Castillo cuando perdió su función defensiva. En las bodegas subterráneas documentadas desde el s XVI, se elaboró el vino como lo hicieron los iberos, utilizando los mismos sistemas de pisado, decantado y posterior fermentación en recipientes de barro.

Desde la Reconquista y hasta mediados del siglo XVIII se produce un aumento paulatino del viñedo y de la producción relacionada con el autoconsumo local. Gracias al incremento de la población y a la navegación marítima, la viticultura comienza a hacerse más comercial, con la fabricación de aguardientes. Entre los siglos XVII y XVIII funcionaban una decena de fábricas de aguardientes en la comarca.

En la segunda mitad del siglo XIX, el sector vitivinícola se vio afectado por varios sucesos. De una parte, la demanda de vino creció debido al proceso de industrialización y urbanización. En Utiel-Requena se dio, un auge de la vitivinicultura ya que se aceleró el ritmo de nuevas plantaciones, especialmente por parte de vecinos de Utiel. En 1847, se abrió la carretera de las Cabrillas, que comunicó directamente la región con el puerto de Valencia, iniciándose un importante tráfico de vinos. También, hacía la mitad del siglo XIX, nacieron las primeras asociaciones de cosecheros que pretendían un perfeccionamiento en el cultivo y un cierto control sobre el comercio. En este siglo aparecieron numerosos caseríos y se produjo un importante desarrollo demográfico en las aldeas de Utiel-Requena. En 1887 se inauguró la línea de ferrocarril Valencia-Utiel que propició la formación de verdaderos barrios de bodegas en los alrededores de las estaciones de Requena, San Antonio y Utiel, especialmente en ésta última población, porque en ella tenía término la vía férrea. De esta época data la Bodega Redonda, construida estratégicamente, frente a la estación ferroviaria.

Además, aparecieron tres enfermedades nuevas importadas de América (oídium, filoxera y mildiu), que causaron grandes estragos en los viñedos europeos. La producción en los viñedos franceses que se vio afectada por la enfermedad del oidium, durante la década de 1852 a 1862. Tras esta crisis en los viñedos franceses, llegó una nueva plaga, la filoxera (insecto parásito de la vid que puede provocar la muerte de la planta), que arrasó la práctica totalidad de los viñedos europeos entre 1868 y 1900.

La filoxera causó también estragos en España, sin embargo, se mantenían sanos, entre otros, los viñedos de Utiel-Requena, que se vieron más lentamente afectados por el ataque de la filoxera (dada la resistencia de la variedad Bobal frente a este parásito) y permitió a los viticultores ir sustituyendo los pies europeos por los americanos. Este hecho motivó que acudieran a la zona de Utiel-Requena comisionistas franceses y catalanes que impulsaron el crecimiento espectacular de las plantaciones, una redistribución de la propiedad de la tierra que dio lugar a nuevas asociaciones de cosecheros y a la plantación de vides por parte de industriales y empresarios valencianos.

En 1950 se da por finalizada la reconstrucción post-filoxérica y el viñedo de la DO Utiel-Requena ya cubría una extensión de 40.000 hectáreas. A partir del primer cuarto del siglo XX, comienza la emigración rural y la mecanización del campo por lo que la comarca vive la efervescencia del cooperativismo: en 1927 se funda la Cooperativa Agrícola de Utiel, en 1935 la Vinícola de Requena y así sucesivamente hasta llegar a las 36 cooperativas que vienen funcionando en la DO Utiel-Requena desde 1965. Fue en este año cuando se crea Coviñas en Requena, la primera cooperativa orientada a la crianza y embotellado de vinos de calidad. En torno a la década de los ochenta, nacen en la DO Utiel-Requena las primeras bodegas comerciales de tipo familiar y es en los noventa cuando se produce la gran eclosión de bodegas, favorecida por la incorporación de España a la Unión Europea y la expansión de las exportaciones.

En la actualidad, la DO Utiel-Requena cuenta con 108 bodegas registradas y el viñedo censado es de unas 40.000 hectáreas. El viñedo presenta aquí carácter de monocultivo y constituye la mayor masa homogénea productora de vinos tintos de España, con una cosecha media anual del orden de un 1.500.000 de hectolitros El 80 % de las plantaciones son de la variedad Bobal, una especie que es casi exclusiva de la Utiel-Requena que ha pasado a convertirse en una variedad noble de la Denominación de Origen y producto diferenciado. También hay uva de la variedad tempranillo y algo de garnacha, además, desde hace algunos años también ha prosperado la variedad blanca macabeo. Su especialidad son los vinos tintos, y en los últimos años ha cobrado mucha fuerza el envejecimiento en barricas de roble.

A partir de mediados del siglo XX comenzó a abandonarse la estructura de poblamiento disperso y las producciones familiares. En la Villa de Requena se abandonaron las bodegas subterráneas y quedando en el olvido o colmatadas por escombros de construcción. El crecimiento acelerado de los últimos 20 años ha cambiado la fisonomía interior del Paisaje Urbano Histórico, de Requena y su Paisaje Cultural.